El textil como superficie testigo
Año: 2016
Escrito por: Laura Ortego
Ocasión/lugar de publicación: Página web Laura Ortego / VISITA Retratos de artistas por Laura Ortego/ Entrevista
https://visita.com.ar/alejandra-mizrahi-el-textil-como-superficie-testigo-textile-as-a-witness-surface/
Visité a Alejandra en Tucumán, una ciudad encajada entre cerros. Fue en pleno verano y cuando bajé del avión me topé con una pared de calor húmedo que me golpeó a la vez en todo el cuerpo. Ella vive en pleno centro de la ciudad, donde pareciera que toda la actividad se aglutina y a medida que te alejás se va aletargando. Eso sí, en todos lados, inevitablemente se duerme la siesta. Llegué a su edificio al mediodía, la hora pico, lo supe porque mientras esperaba veía mucha gente pasar delante de las vidrieras, haciendo compras antes de correr a refugiarse de la temperatura agobiante de las próximas horas y dejar el lugar desierto. Al subir al sexto piso, me sorprendió encontrarme con un departamento de los años ‘60 todavía empapelado con un motivo típico de esa época. Alejandra trabaja indagando en el arte textil, una parte del mes lo hace en ese departamento que perteneció a su abuela y la otra en Buenos Aires.
-Qué es lo que te motiva a crear, qué es lo que te hace levantarte de la cama?
-Creo que tiene que ver con poder pensar cosas a partir del hacer y el acto de tener que levantarme para hacer algo. Me interesan mucho el tejido, el bordado, todas las técnicas textiles que para mí son una manera de construir un pensamiento a partir del hacer. No sé si me levanto a eso, pero eso hace que el levantarse sea mejor, más interesante. Y también últimamente me ha pasado que una de las primeras cosas que hago cuando me levanto es hacer un par de puntos, eso no me pasaba antes, al tejido lo he ido abordando desde distintos lugares y ahora he encontrado algo en el hacer. Hago unos cuantos puntos y es como un desayuno, algo que me prepara, que me concentra, me organiza, y de paso el tejido va creciendo, pero esto es algo nuevo, tiene que ver con ese primer momento, con qué elijo hacer, por dónde me parece mejor empezar el día.
-Y evidentemente tiene más que ver con el hacer…
-Sí, antes no me pasaba, cuando llegaba “a la cosa” era porque ya tenía claro con qué material iba a trabajar, qué es lo que iba a pasar, más o menos a dónde quería ir, y con el tiempo cada vez voy confiando más en que en el hacer sale la reflexión y sale a dónde quiero ir, no a priori. Cada vez más con el tiempo he ido confiando más en el material, el “hacer” es lo que me empieza a devolver algo y el tejido me empieza a pedir, si no tengo esa relación con la materialidad es difícil que esas ideas aparezcan.
-Cómo se fue dando esta vocación, por dónde arrancaste?
-Yo he nacido en San Miguel ( de Tucumán), he ido al colegio aquí y cuando egresé quería estudiar diseño de indumentaria, había una cosa muy relacionada al cuerpo, a lo textil y la indumentaria: mi familia tenía tienda de telas en la calle Maipú, que es la calle principal, como una especie de barrio de Once muy pequeño, era una casa histórica, de muchos años, un negocio familiar que puso mi abuelo con sus dos hermanos y cuando ellos han tenido hijos y se han hecho grandes todos han trabajado ahí: mi papá, mis tíos, toda la familia vivía de ese negocio. También tenían un negocio de confección en la planta alta…Era enorme, con tablones, con tijeras gigantes, reglas…Vivíamos cerca de la tienda, tengo mis diarios de cuando tenía 6, 7 años en donde cuento que me levanto a las 7 con mi papá, vamos a la tienda, él abre y yo me pongo en el “empaque”, porque los cortes de telas se envolvían como un regalo…
-Qué hermosa sensación de chico trabajar con telas, no?
-Es hermoso, abajo estaba el salón de corte y arriba un taller de confección enorme lleno de retazos donde jugábamos con mis hermanos y mis primos. Había un confeccionista que se llamaba Salomón que con los grises de los guardapolvos no hacía ratitas.
–Cómo fue surgiendo tu nomadismo?
-Yo quería estudiar diseño de indumentaria y no exisitía eso en Tucumán, entonces mi mamá me llevó a la UBA en Buenos Aires, pero yo no me quería quedar a vivir sola ahí, entonces me quedé en Tucumán e hice la Lic. en artes. Entré a un taller, el taller C de proyectos, que es un taller de proyectos en general, no tanto de alguna disciplina en particular y empecé a trabajar con textil y a hacer ropa, pero ropa “imposible”. Ahí empezó a aparecer un pensamiento sobre el cuerpo a partir de la indumentaria, empecé a leer un montón sobre el tema y me empezó a interesar el diseño no ya desde la función, la marca, el consumo, sino desde un lugar de relflexión sobre el cuerpo, sobre las relaciones y me empecé a parar en ese lugar.
-Terminé la facultad y me fui, quería hacer una maestría en Barcelona, y como tengo ciudadanía italiana…
-Toda tu familia es de inmigrantes, verdad?
-Sí, por un lado, turcos judíos de Smirna, la familia paterna: comerciantes, telas y por otro lado la familia italiana, talabarteros que han trabajado con cuero, con calzado…ya estaba el germen.
-Fui a hacer una maestría en una Fundación que pertenecía a la Universidad autónoma de Barcelona, de teoría del arte y estética, porque yo intuía que en ese campo teórico iba a encontrar la relación entre el diseño y el arte. Antes de terminar apliqué para una beca doctoral en el depto. de filosofía y escribí una tesis: “Indumentaria y experiencia estética en el arte contemporáneo”: qué pasa cuando la prenda pasa al mundo del arte, qué cosas se resignifican cuando el textil y la indumentaria se paran entre lo funcional y lo reflexivo y empecé a buscar otros artistas que tengan los mismos intereses para poder pensar y escribir sobre eso: Jana Sterbak, Yinka Shonibare, un artista inglés afrodescendiente que construye indumentaria victoriana con textiles africanos, Lucy Orta, Mimi Smith, que trabaja con materialidades muy domésticas, alguna parte de la obra de Lygia Clark, no solamente tenían que hacer indumentaria, también Cindy Sherman, Claude Cahun, Marcel Moore, y esas obras donde los cuerpos y la indumentaria construyen identidad o la cuestionan.
–E hilando más fino: cuáles son tus reflexiones actuales?
-Cuando volví a Tucumán me hicieron un encargo sobre una técnica que se llama Randa, un encaje con aguja de coser que hace una comunidad de aproximadamente 40 mujeres tejedoras en el sur de Tucumán, en el depto. de Monteros, específicamente en el Cercado.
-Qué origen tiene?
-Llegó de España, de Castilla, y quedó ahí porque es cerquita de donde se hizo la primera fundación de Tucumán, en donde se afincó la primera camada de damas castellanas que hacían esto por ocio, para la iglesia.
-Muy marcado por la colonia, verdad?
-Absolutamente. Nosotros tenemos acá muchos tejidos precolombinos, pero esta es una técnica poscolonial que sigue estando en el mismo lugar geográfico de siempre.
–Y fue algo sobre lo que te invitaron a investigar. Te encontraste con eso…
-Sí, me invitaron a hacer un manual para que la técnica no se pierda, y yo les propuse hacer nó sólo un manual, sino buscar una historiadora que cuente la historia, hacer un laboratorio con diseñadores, entonces coordiné un libro, trabajando durante un año con una randera: ella me enseñó la técnica, viendo de qué manera nombrar y sistematizar el proceso y después lo pusimos en común con toda la comunidad de randeras. De ahí mi trabajo ha ido cambiando bastante, la obra se ha ido desplazando del objeto a la experiencia con otros, y al estudiar el sistema y analizar tanto la técnica y sus particularidades empecé a ver el textil como un sistema de pensamiento:
-Eso fue lo que más te interesó de este trabajo?
-Sí, el hacer con otros y el textil como un sistema de pensamiento. De ahí no volví a la indumentaria.
–Algo de poner la lupa sobre el sistema de construcción de la obra cambió tu manera de trabajar sobre tu propia obra, eso, y la experiencia en red. Volviste a tu obra de otra forma?
-Sí, de hecho busco cada vez más generar instancias con otros. El otro y la técnica.
–No por la técnica en si, sino por la posibilidad de usar el proceso como un campo de reflexión?
-Sí, de hecho, hace poco me invitaron a trabajar en el Museo de la memoria Rosario, en un lugar que fue un centro clandestino de detención durante la dictadura, y después de pensar qué hacer y averiguar qué actividades y estructura tenían, supe que había un programa: Jóvenes y memoria, en donde chicos entre 15 y 20 años después trabajar dos años con formadores, vuelven al barrio como “constructores territoriales de los derechos humanos”, y transfieren lo que aprendieron. Les propuse trabajar con ellos y elegí una técnica textil: el fieltro, que requiere un proceso de amasado, de envoltura, de acción muy fuerte del cuerpo para hacer una masa, e hicimos un paño grande de 4 metros, en donde durante 4 días envolvimos objetos que ellos trajeron y que les resultaban importantes porque contenían algún recuerdo, y generamos una especie de memoria colectiva.
La pieza se llamó Superficie testigo: que es una idea que yo venía trabajando en mis clases y con la que quiero seguir, que es pensar al textil como testigo de un cuerpo y de una temporalidad.