ALEJANDRA MIZRAHI

Dechado de virtudes



Año: 2024
Escrito por: Oriol Fondevila
Ocasión/lugar de publicación: Texto curatorial de la exposición Dechado de virtudes. El Sielo, Barcelona

YZVUPS, RJBIDG, HOMNW, XNQK y AETLCF son cinco máquinas que trenzan lo textil con lo textual y con lo infraestructural.

YZVUPS, RJBIDG, HOMNW, XNQK y AETLCF son cinco ensamblajes que se retuercen alrededor de, por lo menos, un modo operativo: la tensión. La tensión se descubre aquí como una fuerza sustancial por lo que hace a la agencia semiótica como material de los elementos que sojuzga.

YZVUPS, RJBIDG, HOMNW, XNQK y AETLCF son una colección de dechados, si bien se trata de dechados voluptuosos, que entrelazan a la vez que desbordan la suma de sus partes. “Dechado de virtudes” da fe del tejido en su momento de potenza, en cuanto que fuerza constituyente; del tejido cuando se encuentra implicado en componer mundos de vida a la vez que en deshilacharlos y acaso transformarlos.

Alejandra Mizrahi (Tucumán, 1981) hace hincapié en dar continuidad a tradiciones de la región del noroeste argentino, ya sean éstas de herencia prehispánica o bien establecidas durante el período colonial, las cuales somete a tensiones improbables.

Mizrahi ha llevado a cabo un profuso trabajo de documentación en torno de los procesos de la randa, una de las técnicas más antiguas para la elaboración de encajes. La investigación ha llevado a la artista a colaborar a lo largo de más de una década con la comunidad de Randeras de El Cercado, aunadas hoy en día en una cooperativa de trabajo, que sigue tejiendo a su modo este encaje heredado de las damas castellanas –las llamadas “conquistadoras”–, que se asentaron en este territorio quinientos años atrás.


Lo textil fue la vía por donde la crítica postestructuralista liberó el texto de la rigidez que le habían conferido los semiólogos. Frente al empeño que formalistas y estructuralistas pusieron para reducir la producción de significado a un conjunto de patrones narrativos generalizables, las metáforas de la red, el trenzado, la textura, lo textil, proporcionaron a una ulterior retahíla de pensadores la posibilidad de identificar el texto como un campo de operaciones mucho más dinámico para la producción de significado (que por lo menos va desde “la escritura como un tejido de diferencias” de Jacques Derrida, hasta los más recientes juegos de cuerdas de Donna Haraway). Bajo este influjo, los textos no reproducen en absoluto estructuras cerradas, sino que acaso producen estructuración por medio de entretejer significados, de manera abierta y activa, inacabada e infinita, tal y como ha desarrollado Roland Barthes.

Sin embargo, “Dechado de virtudes” aúna esta idea del texto en tanto que tejido con otra consideración que la crítica decolonial ha encontrado en su reverso: el tejido en tanto que texto, que resulta especialmente elocuente al respecto de las historias de apropiación, opresión y resistencia. Así lo ha planteado Janet Catherine Berlo con su análisis de las tradiciones textiles de Mesoamérica y América del Sud.

Con la expresión “los tejidos son los libros que la colonia no pudo quemar”, las comunidades mayas han reivindicado el trabajo textil como una suerte de superficie que testimonia la memoria precolombina y la opresión colonial. La expresión también pone en evidencia que los tejidos han funcionado históricamente como agentes para la transmisión de signos, los cuales, sin embargo, solicitan una lectura que se hace “con la yema de los dedos”, según ha recogido Elvira Espejo Ayca. Si lo textil comparte con el texto cualidades semióticas, esto es va a ser a cambio de llevar a primer término una cuestión táctil, que pone en tensión el trabajo de los ojos con el de las manos.


El bastidor somete el tejido a un momento de tensión, que es donde se juega su misma condición de posibilidad. Sin embargo, Mizrahi señala el bastidor como el primer cuerpo del tejido y no como una circunstancia procesual, una infraestructura transicional, o bien una intermediación que olvidar. Bastidor y tejido conforman un cuerpo simbiótico a las manos de la artista, el cual busca confundir sobre la parte que media y la parte que es mediada. Asimismo, con “Dechado de virtudes”, los cuerpos bastidor-tejido se llevan a una escala antropomórfica, con la que se busca señalar el cuerpo de lxs visitantes en tanto que, también, cuerpos de tejido. Ocurre aquí también con la escala arquitectónica, que queda connotada como posibilidad de bastidor al mismo tiempo que como caparazón tejido cuando los dechados de Mizrahi se extienden tal cual parásitos hasta agarrar el envigado de El Sielo.

La tensión es un concepto central del trabajo de Mizrahi. La posibilidad tanto del texto como de lo textil por hacer cosas, por incidir tanto en la formación como la deformación de significados e identidades, se descubre tributaria de una característica que es de índole material: la elasticidad. Sin la tensión, los hilos de la urdimbre no llegarían a encontrarse y entrecruzar con la trama. Sin la tensión, la mano apenas dibujaría los trazos de las letras o procedería a encadenarlas. Sin la tensión, las palabras no llegarían a aunarse con los significados, así como apenas serían posibles los desplazamientos semánticos que sufren las palabras con los cambios de contexto y sus tránsitos por entre comunidades de uso.

Mizrahi señala la tensión como una característica física que lo textil comparte con el lenguaje, tratándose de un componente que participa de los procesos de la significación sin que por esto forme parte exclusivamente de lo simbólico. La aproximación de Mizrahi puede correr pareja a lo que Julia Bryan-Wilson ha llamado la “textura política” del trabajo textil. Según la historiadora del arte, lo textil siempre entra de un modo complejo en lo político, ya que lo textil proporciona antes que nada textura al discurso: lo textil implica mantener las oposiciones en tensión, estiradas, estresadas, acaso hasta su punto de ruptura, más que no diferenciadas en tanto que binarismos simplificadores.

“Dechado de virtudes” parte de un recuerdo de la infancia de Mizrahi en la tienda de telas que regentaba su familia en San Miguel de Tucumán: la artista recuerda la fascinación que entonces sentía por los muestrarios de tela con los bordes recortados en zigzag, en torno a los cuales se reunía su familia para elegir los rollos de tela que vendería la temporada siguiente. Para la artista, los muestrarios expresaban una potencia, pues entablaban la posibilidad de un diálogo, de una discusión por establecer una continuidad o bien de introducir una ruptura, acaso llegar a un consenso.

Mizrahi procede con “Dechado de virtudes” a la deconstrucción del principal motivo que ha protagonizado los muestrarios de bordado desde medianos del siglo XIX: las letras del alfabeto. Mizrahi se pregunta por la capacidad del tejido y el texto para desencadenar acción, por lo que la exposición despliega un campo de operaciones –una suerte de dechado– en torno a los alfabetos bordados, más que no una aproximación sintáctica o semántica a los signos que los conforman. “Dechado de virtudes” parte del alfabeto para ahondar en la textura de los signos, la trama material que participa de la construcción de mundos.